PARTE PRIMERA: LA REUNIÓN
Sakura respiró profundamente, cerrando los ojos. Por primera vez en muchos años tenía a todos sus amigos con ella. La paz los había hecho tranquilos y felices, más maduros. Pero un grupo de personas cuya adolescencia se ha desarrollado en una guerra nunca olvidan. Por eso, a pesar de los años transcurridos y de la paz reinante, cuando los alumnos de aquel fatídico año se reunieron, ya adultos, decidieron celebrarlo, antes de nada, con unos cuantos combates amistosos. La grada estaba silenciosa, expectante. Lee tomó su mano y le sonrió, antes de devolver la vista al combate. La guerra era terrible, pero un combate en tiempo de paz siempre podía ser algo hermoso; después de todo, eran ninjas. De repente, una mujer saltó de entre la improvisada grada con un puño levantado:
—¡Vamos, Shikamaru! ¡Túmbalo con un combo de dieciséis golpes!
El hombre arrugó la nariz desde la arena y murmuró:
—Sigue igual de problemática que siempre…
Lee se echó a reír:
—¿No es esa tu amiga Ino?
Sakura no contestó. Estaba mirando a la esbelta mujer rubia, que agitaba el puño, animando a su ex compañero de equipo. No podía ser otra, naturalmente. Pero había cambiado tanto… Y pensar que cuando eran jóvenes, Ino era…
Pero no, todo eso estaba olvidado. Apretó la mano de Lee y apoyó la cabeza en su hombro, con una pequeña sonrisa satisfecha.
Al otro lado de la grada, Sasuke agarró a Ino de la manga y la sentó con un tirón:
—Deja de hacer payasadas —amonestó él, mirándola con los inquietantes ojos que le confería el sharingan. Llevaba el pelo largo y su piel pálida y la ropa negra lo hacía una visión nada tranquilizadora, aunque seguía siendo uno de los muchachos más atractivos de su generación. Ino, con sus veinticinco primaveras brillantes como un sol, resultaba más relajante para la vista, aún cuando era tan nerviosa y mandona como siempre. Lo miró torciendo la boca con disgusto.
—¡Estoy animando a Shikamaru! —protestó ella.
—Sí. Y llamando la atención de Sakura, ¿no?
—No digas chorradas —dijo ella repentinamente seria, cruzándose de brazos—. No es culpa mía si no pillas nada y estás amargado.
—Bollera…
—Marica.
Sasuke resopló y apartó la mirada, hastiado. Ino miró de reojo hacia donde se sentaba Sakura, echada sobre Lee. En su rostro se dibujó una mueca de asco involuntaria. En todos los años que Sakura había estado lejos, Ino había conseguido aceptar muchas cosas y quedar en paz consigo misma. Pero el regreso de Sakura a Konoha, de la mano de Rock Lee, demostraba que no habían llegado a la misma conclusión. Por otra parte, un reformado Sasuke, aunque torturado por sus pensamientos, se había convertido en su mejor amigo y confidente. Ella no se lo decía a nadie y él no se lo decía a nadie. Ese era el trato. Si años atrás hubiera sabido que iban a ser íntimos amigos, Ino se habría desmayado de la emoción. Ahora odiaba que aquella mariquita de luto la conociera tan bien y supiera que en el fondo sólo quería que Sakura la mirara como antes, con admiración o con repulsión, pero que la mirara, por caridad, con algo. Puso los pies en el respaldo del asiento de adelante y cruzó los brazos sobre el pecho, dejando que el pelo rubio se derramara sobre sus hombros y su generoso escote. En la arena, Shikamaru había adoptado su postura de planear una estrategia, mientras Kiba y Akamaru (parecía mentira que aquel lobo monstruoso fuera el tierno perrito de antaño) tomaban posiciones. En las gradas, sin embargo, el verdadero espectáculo se escondía tras el rostro de aquellos viejos amigos, casi irreconocibles.
Estaban todos allí. Chouji masticaba unas patatas, riéndose del combate con Shino, que había traído consigo a una preciosa kunoichi de la Niebla. Naruto observaba la escena como si su vida dependiera de ella, gritando ánimos y consejos de vez en cuando, con su enorme sonrisa siempre puesta. Neji había doblado su altura y anchura de hombros y llevaba el pelo recogido en una coleta, con el cabello cuidadosamente trenzado. Ino sintió que Sasuke le daba un codazo en las costillas.
—Mira —dijo señalando con un gesto de cabeza a una de las primeras filas. Ino distinguió a dos chicas que hablaban en voz baja sin apartar la mirada de los combatientes. Una era Temari de la Arena, claramente. Seguía siendo la chica de constitución más fuerte de todas las de su edad; a su lado había una chica más delgada, con un largo cabello castaño, liso y brillante. Temari dejó de mirar a la arena para mirar a su compañera a la cara y dijo algo con la media sonrisa desvergonzada que Ino recordaba; la otra se echó a reír. Sólo entonces reconoció la risa y a la mujer:
—¿Tenten? —preguntó al aire, sorprendida. Sasuke dejó escapar una risita burlona:
—Está claro que esas dos se calientan la cama por las noches.
—Qué cotilla eres, joder —se quejó Ino.
—Como si tú no lo hubieras pensado… —se burló él. Y con voz zalamera y una sonrisa irónica dijo— ¿Cuánto hace que no te calientan a ti la cama, Ino-san?
Ino arrugó la nariz, descontenta. Temari le apartó un mechón castaño de la cara a Tenten, en lo que era, muy obviamente, una excusa para tocarla sin resultar sospechosas en público. Por alguna razón eso la deprimió.
—¡Vamos, Kiba! ¡Acaba con él!
Ino se volvió hacia la clara voz y vio a una muchacha sonriente sentada cerca de algunos de los profesores que se habían unido a la reunión. Se demoró unos instantes mirándola. Llevaba el pelo infinitamente largo. No le veía bien la cara, pero parecía algo más joven que los demás. ¿De quién sería novia? ¿O hermana? Qué más da, pensó Ino, dejando que sus ojos resbalaran sobre el pecho de la chica y la dulce curva de la cintura. Tenía la piel muy pálida y unas manos finas y delicadas agarradas al respaldo de adelante, donde se sentaba Shino.
—Sasuke-san.
—¿Hm?
—¿Sabes quién es esa chica que hay sentada detrás de Shino? La del pelo largo y la camisa blanca.
Sasuke escudriñó la grada hasta dar con la chica. Se echó a reír con fuerza, sinceramente. Ino frunció el ceño:
—¿Qué es lo que te parece tan gracioso?
—¿No la conoces?
—Creo que no —dijo Ino confusa, echándole una breve mirada. No podía distinguirla bien, pero podía decir, ya desde aquella distancia, que era condenadamente guapa. Sasuke torció la sonrisa y dijo con sorna:
—Así que ya no conoces a Hinata.
—A Hinata… oh… ¡Oh!
Ino la miró, fascinada del violento cambio que se había dado en la joven Hyuuga. Ahora podía ver que era Hinata, pero apenas lo creía. Cuando la estaba mirando, Hinata se giró y la vio. Le sonrió y la saludó con la mano. Ino se las arregló para devolverle el saludo. ¿Dónde había quedado la legendaria timidez de la muchacha? Casi mejor. Si aquella mujer la miraba con ojos tiernos, sonrojada, juntaba los dedos delante del pecho y los hacía chocar, sentía que podía darle un colapso.
—Te está chorreando la boca, Ino.
—Tú no te calles…
Ino volvió a cruzar los brazos delante del pecho y cuando miró cómo iba el combate vio que había terminado. Entonces Neji se levantó con una sonrisa y manifestó su deseo de ser el siguiente en pelear.
—¡Yo pelearé contigo, Neji-san! —gritó Lee saltando del asiento como si éste le hubiera mordido. Una filas más atrás, Guy se levantó también y levantó un pulgar en dirección a Lee:
—¡Adelante, Lee! ¡Demuéstranos el poder de la juventud!
—¡¡Así lo haré, Gai-sensei!!
Sasuke puso los ojos en blanco. Mientras Neji saltaba a la arena, Lee se inclinó para besar a Sakura brevemente en los labios y ella lo besó y apretó su mano, despidiéndolo con una sonrisa. El rostro de Ino se ensombreció. Sakura gritó unas palabras de ánimo y luego miró hacia atrás, viendo algunas caras amigas hasta que tropezó con la mirada seca de Ino. Tras un momento, Sakura apartó la mirada, inexpresiva.
Asúmelo. Supéralo. No soy como tú.
Ino casi podía oír la voz de su más antigua obsesión diciendo todo aquello en su mente; veía las puntas rosadas de su cabello agitándose con la brisa. Cerró los ojos, cabreada, y deseó que Neji le partiera la cara a Lee. Al fondo oyó la risa de Kurenai, que hablaba con una impasible Tsunade ataviada con el sombrero de Hokage, sentada junto a la fiel Shizune, que sostenía a Tonton en el regazo. Por una vez, Ino comprendió a la perfección la mayor preocupación de la Legendaria Sannin: Ella también se moría por una botella de sake.
PARTE SEGUNDA: LA CENA
—¡Más sake para la Quinta Hokage de Konoha!
—¡Por favor, Tsunade-sama!
—¡No cuestiones mi autoridad, Shizune! ¡Más sake, viejo!
—Tú eres más mayor que el camarero, anciana Tsunade… —murmuró Naruto mirándola con una ceja enarcada.
—¿¡Qué has dicho!? ¡Sal a la calle conmigo si te atreves, maldito jounin presuntuoso!
—¡Tsunade-sama, por favor!
Shizune la cogió del brazo, evitando que se levantara para abrir otra brecha en la calle. Tsunade se quedó, pero dejó muy claro que se quedaba porque habían traído el sake. Tenten se echó a reír; a su lado, una Temari bastante antisocial, echaba el aliento sobre la superficie pulida de metal de su abanico para sacarle brillo con la manga. Hacía calor, y Akamaru resoplaba tumbado cuan largo era en el suelo. Tonton no le quitaba ojo, acurrucada en el regazo de Tsunade, inquieta. Naruto y Tsunade seguían hablando a gritos, mientras la pareja de Shino intentaba integrarse en el grupo y Neji permanecía callado, observando la escena con una pequeña sonrisa. Los dueños del bar corrían de un lado a otro sin parar, llevando vasos, botellas y platos por toda la mesa.
En el local había una alegre algarabía. Las risas y las conversaciones se elevaban desde la larga mesa, donde todos cenaban y brindaban, y el sake corría como el agua. Sobre todo en la zona donde estaba sentada Ino. Allí había tal acumulación de botellitas de sake que casi le hacía competencia a la mismísima Tsunade.
—Como sigas bebiendo no vas a tenerte en pie y no pienso llevarte a cuestas a tu casa.
Sasuke cenaba a su lado, mirándola con gesto indiferente.
—¡Como si me importara! —dijo ella con voz pastosa. Agarró otra botellita de sake (al tercer intento) y se la llevó a los labios. Suspiró, con el aliento cargado del alcohol y miró a donde Lee y Gai contaban anécdotas, mientras Sakura reía escuchándolos. Lee y ella estaban cogidos de la mano por encima de la mesa. La mano de Ino apretó la botella de sake hasta que los nudillos palidecieron. Sasuke le quitó la botella con un movimiento veloz y susurró cerca de su oído:
—No nos des la noche.
Ella lo apartó empujándole el pecho y se levantó:
—Voy al baño —dijo con el rostro lleno de rabia. Se levantó y fue tambaleándose hasta la puerta. El aire frío de la noche le golpeó el rostro, despejándola ligeramente. Con paso inseguro rodeó el local hasta la parte de atrás, bajo el manto negro del cielo, salpicado de estrellas. Avanzó por un pasillo oscuro sin techo y se acercó a la desvencijada puerta del baño, mareada. Cuando iba a alcanzar el pomo, la puerta se abrió y apareció una hermosa mujer de rostro dulce y enormes ojos celestes.
—Ino-san —sonrió Hinata. Ino la miró, manteniéndose erguida a duras penas:
—Hyuuga-sama… —dijo con el aliento cargado—. ¿Dónde está tu novio, eh?
Hinata enarcó las cejas, sorprendida.
—¿Mi novio?
—Sí, ¿Es Kiba, tal vez? Siempre te miró con ojitos tiernos… —en su voz había coraje.
—No, Ino-san. Me temo que no.
Hinata se echó ligeramente hacia atrás y apoyó la espalda en una de las dos paredes del primitivo pasillo. Las estrellas seguían parpadeando sobre ellas.
—Queeeé penita.
Ino se separó de la pared a duras penas y se giró hacia la puerta del baño.
—Ino-san.
Ino se detuvo y miró a Hinata. Vaya par de… ¿Quién lo iba a decir, cuando era pequeña y plana y siempre ataviada con aquella chaqueta holgada?
—¿Huum?
—¿Te encuentras bien?
El rostro de Ino se ensombreció:
—¿Y a ti que más te da?
Hinata la miró un momento. Finalmente levantó una mano hasta la mejilla de Ino y la acarició con dulzura, sonriendo:
—No me gusta ver borrachos a mis amigos, supongo.
Ino se dejó caer bruscamente sobre ella; lo había visto, en la mirada de Hinata. Era la clase de mirada que Sakura jamás le dedicaría. Estaba muy borracha, notablemente cabreada y llevaba mucho, mucho tiempo sin tocar a una mujer como le gustaría. Sintió que su pecho chocaba contra el de la más joven de los Hyuuga y se sintió eufórica, con la inestimable ayuda del alcohol. Le mordió entre el hombro y el cuello, quizás un poco más fuerte de lo que pretendía.
—Ino-san… —murmuró Hinata, rodeándola con sus brazos. Ino no podía creer su suerte. Casi ni se acordaba de quién era aquella. ¿Hinata? Nah, Hinata era una niña, apenas adolescente, casi plana y mortalmente tímida. Aquella mujer le estaba metiendo las manos por debajo de la ropa; no podía ser Hinata. Sin embargo su voz era como la de ella… Demasiado borracha como para pensar, Ino intentó desabrochar los botones de la camisa que se empeñaba en no dejarle ver lo que había conseguido tan alegremente. Hinata le apartó las manos y los desabrochó ella misma, mientras Ino le ponía una mano tras la rodilla y levantaba su pierna hasta el nivel de su cintura. Se pegó a Hinata con la torpeza y la fuerza del alcohol, encajando las caderas entre las piernas de la morena.
—Ah… Ino…
Pero lo cierto era que Ino no quería oír palabras. Las palabras significaban pensar y en aquellos momentos era lo último que le apetecía (y algo realmente complicado). Acercó la boca a la de Hinata y la besó con suavidad, aún estando como una cuba. Se estaba lamentando de tener sólo dos manos y demasiados sitios a los que acudir, cuando Hinata la cogió de la muñeca y le hundió la mano en su pantalón. Ino ahogó un gemido, sin separar la boca de la de Hinata. Había humedad allí abajo. Buena señal. Se daba cuenta de que estaba borracha, pero creía firmemente que aquello que Hinata esperaba que hiciera venía dado por puro instinto. Y pocos momentos después, cuando la oyó gemir con la cara hundida en su cuello, se dio cuenta de que llevaba razón.
Todo fue muy rápido: cuando sintió el cuerpo de Hinata convulsionarse, apenas llevaba un par de minutos dentro. Cuando la notó dando las últimas sacudidas la sujetó contra la pared con el peso de su propio cuerpo, mientras Hinata se abrazaba a ella con todas las fuerzas que le quedaban, que eran más bien escasas. Ino se dio cuenta de que llevaba la camiseta torcida y el pelo suelto; Hinata tenía la camisa desabrochada, igual que el pantalón, y el pelo como si acabara de revolcarse con alguien. Que, bueno… de hecho era lo que acababa de hacer. Hinata echó la cabeza hacia atrás hasta apoyarla en la pared. Ino no pudo evitar mirar lo que la camisa ya no escondía. Se inclinó, a punto de perder el equilibrio, y la besó entre los pechos. Hinata le acarició el pelo despacio, respirando profundamente. De repente apartó ligeramente a Ino:
—Viene alguien —susurró. Y a Ino le pareció que estaba guapísima. Y bueno, sí, era posible que viniera alguien. No estaba como para agudizar los sentidos…
Hinata se abrochó la camisa y el pantalón urgentemente, y apartó a Ino hasta la otra pared. Justo en ese momento una figura avanzó por el precario pasillo sin techo:
—¿Ino? ¿Estás bien? ¿Qué demonios haces tanto tiempo en…? —Sasuke se detuvo en seco, observando la escena—. Oh.
—Ella… se encuentra mal —dijo Hinata. Sasuke miró las encendidas mejillas de Ino y sus ojillos brillantes.
—Sí, se le ve —dijo él, hastiado—. Será mejor que la lleve a casa. Ya ha enredado bastante las cosas por hoy.
—Yo puedo llevarla… —se ofreció Hinata, tímidamente.
—No, será mejor que no. Vuelve y disfruta de la fiesta, Hyuuga-sama. Nos veremos por aquí, ahora que todos habéis vuelto.
—Claro.
Sasuke se echó a Ino al hombro, que protestó levemente. Se dispuso a saltar hacia un tejado cercano cuando la voz de Hinata lo detuvo:
—¡Sasuke-sama!
Él se volvió, el rostro imperturbable.
—¿Ino está…? —Hinata pareció replantear la pregunta—. ¿Sigue Ino teniendo la floristería que tenía su familia?
—Sí, aún la tiene —dijo Sasuke. Ino emitió un pequeño ronquido.
—Quizás me pase por allí mañana o cuando se sienta mejor.
Por un momento se planteó la posibilidad de decirle que sería mejor que no lo hiciera, si no quería llevarse una desilusión. Pero decidió que no era de su incumbencia y que a Ino le vendría bien apechugar con sus estúpidas acciones.
—Como quieras —dijo finalmente—. Buenas noches, Hyuuga-sama.
—Buenas noches, Uchiha-sama.
Mientras avanzaba sobre los tejados de Konoha con Ino dormida al hombro, Sasuke casi sintió pena por Hinata. Podía haber perdido aquel miedo patológico y haberse convertido en una preciosa mujer, pero en el fondo era la misma niña demasiado sensible y confiada de siempre. Agarró a Ino con más fuerza y aumentó la velocidad. No iba a estar allí cuando Ino tuviera que decirle que había sido un polvo rápido para olvidarse de que el amor de su infancia había resultado ser heterosexual. Eso se lo tendría que comer Ino solita. Desde su hombro, Ino dejó escapar otro pequeño ronquido, ajena a los pensamientos de Sasuke. Aún dormida, sentía todavía el calor del cuerpo de Hinata en la piel.
—Sí —murmuró Sasuke—, duerme. No sabes la que te espera mañana.
PARTE TERCERA: DECISIONES
—Arrrgh…
Ino estaba inclinada sobre el mostrador, con los codos sobre el cristal y la cabeza entre las manos. Tenía el cuerpo del revés, el estómago le palpitaba y cada vez que la luz le daba en la cara se sentía como cuando la técnica de posesión le salía mal. El olor de las flores se le metía hasta el cerebro, pero por lo menos no le daba arcadas, como el del desayuno que no había logrado tomar. Recordaba la noche anterior, en teoría. En realidad recordaba pedazos de ella que no sabía encajar del todo. Estaba segura de que le faltaba alguna pieza. Tenía a Kiba subido encima de la mesa haciendo payasadas, a Naruto metiéndose con el aspecto fúnebre de Sasuke, a Tsunade colorada de beber sake, a Sakura y a Lee, cogidos de la mano… en alguna parte recordaba también un montón de botellitas de sake delante de ella y que había salido fuera del bar, por alguna razón… Definitivamente algo faltaba en aquel alcoholizado puzzle. La campanilla de la floristería tintineó alegremente, arrancando una maldición entre dientes de Ino, que se apretó los dedos contra las sienes.
—Buenos días, Ino-san —saludó Hinata desde la puerta.
Cielos.
El baño. La puerta del baño. Hinata.
Por todos los cielos.
—Oh, Hinata... hola…
Ino empezó a tener ese calor que tiene más que ver con el alma que con el cuerpo; súbitamente se sentía presa de un agobio casi palpable. Hinata le sonrió dulcemente. Eso sólo la hizo sentirse peor. Los recuerdos estaban empezando a llegar, despacio pero sin pausa. Ino miró el punto, justo bajo la garganta, donde había sentido su pulso con los labios la noche anterior. Una gota de sudor le resbaló por la espalda.
—¿Cómo te encuentras? —dijo clavándole aquellos ojos celestes, enormes. Ino intentó encogerse de hombros, pero sólo uno de ellos le obedeció, saliéndole un gesto descoordinado:
—Podría estar mejor. La cabeza me da vueltas y eso… —dijo limpiándose las manos en el delantal de alguna invisible sustancia. Hinata se detuvo junto al mostrador y sonrió. Juntó las manos delante del estómago y las frotó nerviosamente, mirando a Ino. Por un momento, en aquella imponente mujer, Ino pudo ver claramente a la tímida chica que conocía.
—¿Sabes?... Cuando me fui hace cuatro años de la aldea me preguntaba cómo estarías cuando volviera, si volvía… Sé que nunca hablamos mucho, Ino-san… pero, a menudo, yo, ya sabes, cuando te veía… —tomó aire, acalorada— Anoche… bueno…
Oh, no. Por favor, no. ¿Hace cuatro años? ¿Hinata…? ¿Cuándo había dejado de pensar en Naruto? ¿Cuándo había empezado a pensar en chicas? ¿Cuándo demonios había empezado a pensar en ella?
—Yo sólo me preguntaba si ahora que he vuelto definitivamente y después de… bueno, ya sabes… —sonrió, claramente insegura— Tal vez nos podríamos ver de vez en cuando, cuando no estés trabajando, y ver lo que pasa…
Ino cerró los ojos un momento, tomando aire. Los abrió y centró la mirada en el rostro sonrojado de Hinata. El largo cabello azulado le caía sobre los hombros. Seguía estando demasiado pálida.
—Hinata —Ino apartó la mirada y se maldijo al instante por su cobardía—. Siento haberte dado una impresión equivocada. No sabes lo mal que me siento ahora mismo, pero anoche bebí mucho… muchísmo… —negó con la cabeza, muy levemente— Lo siento. Lo siento de verdad.
Cuando se atrevió a mirarla se dio cuenta de que antes no estaba tan pálida, después de todo. Su bonita cara se había contraído en una mueca de fingida fortaleza, como si temiera echarse a llorar si se relajaba.
—Hinata…
—No. No pasa nada. Siento haber venido —se dio la vuelta bruscamente y se dirigió a la puerta con paso acelerado—. Me alegra que estés mejor, Ino-sama.
—¡Hinata!
La campanilla sonó cuando salió de la tienda.
Ino se dejó caer en la silla que tenía tras el mostrador y escondió la cara entre las manos, destrozada entre la resaca y la conversación que acababa de tener.
¿Habría sido tan terrible decirle que sí?
Se masajeó las sienes compulsivamente, mientras intentaba arreglar una tregua entre su mente y sus sentimientos. La campanilla volvió a sonar, pero ella ni siquiera levantó la vista. ¿Cuál era el problema? Hinata no, desde luego. Siempre había sido una chica muy dulce que se preocupaba por los demás e intentaba trabajar duro. Además, casi había perdido el miedo a… bueno, a todo, y hablaba fluidamente cuando no se estaba declarando. Por no mencionar el buen aspecto que se le había puesto… Oh, sí, se veían pocas así por Konoha últimamente…
—No sé porqué tenemos que comprar flores.
—Ya te he dicho que se nos han acabado muchas reservas para hacer medicamentos.
—¡Podríamos pedir que las comprara otro! Soy la Hokage de la aldea, ¿no? Estoy en mi derecho.
¿Era Sakura el problema? Claro que sí. Pero, en serio, ¿Por qué? ¿Hasta cuando iba a quedarse esperando a la niña de apenas ocho años que la había seguido a todas partes? Aquella Sakura ya no existía…
—¡No está bien mandar encargos tan tontos a los jounin si los podemos hacer nosotras, Tsunade-sama!
—Pero si lo hiciera otro podríamos estar firmando esos papeles que te encantan, que después de todo son mi responsabilidad como Hokage.
—Ahora sí son tu responsabilidad, ¿no? Ya te lo recordaré cuando me digas que no quieres leer más informes porque vas a bajar a beber.
—Cuando quieres eres insoportable, Shizune. Y de todos modos, ¿Dónde está la dueña de la tienda?
Ah, maldición, era una estúpida, estúpida, estúpida. Se había quedado sin Hinata, sin Sakura, sin nada. Sólo tenía una estúpida resaca, estúpida, estúpida como ella.
—Humm… Está aquí, Tsunade-sama. Es Ino Yamanaka. Está sentada detrás del mostrador, con la cara entre las manos y parece que no nos oye. Y se mueve adelante y atrás. Parece que le pasa algo raro…
—Es eso que llaman resaca, Shizune. Ino bebió mucho anoche. Yo soy inmune.
—¿¡Cómo que inmune!? ¡Si es la primera vez en meses que no tienes resaca después de beber!
—No hace falta que te pongas así, Shizu-chan.
—No me llames así aquí, Tsunade…
Estaba clarísimo. No podía atender clientes en aquel estado mental y físico.
Ino se levantó y miró a Tsunade y a Shizune, que sostenía a Tonton en brazos. Parpadeó, confusa, preguntándose cuándo habían entrado.
—Puedes quedarte la tienda hoy, Tsunade-sama. Coge lo que necesites —dijo desapareciendo en la trastienda. Shizune enarcó las cejas. Tsunade puso los brazos en jarras, con el ceño fruncido:
—¡Esta es la generación que he ayudado a formar! Coge lo que necesitemos deprisa, Shizune. Y mira si hay dinero en la caja.
—¡De eso nada!
Hinata se levantó de la mesa para abrirle la puerta a Kiba y Shino. Llevaba un rato esperándolos y por fin habían llegado. Necesitaba moverse y golpear cosas, gastar chakra a montones y usar el byakugan a máxima potencia. Necesitaba echarlo todo, después de haber quedado como una idiota sentimentalista ante Ino aquella mañana. Cuatro años antes ni siquiera la miraba, ¿En qué estaría pensando cuando creyó que las cosas podrían haber cambiado? Un polvo no era nada. Y menos uno en el que participaban un baño público y un montón de sake. Se apretó las vendas de los brazos y se guardó varios kunais y shurikens en la bolsita que llevaba atada al muslo mientras se acercaba a la puerta. Agarró el pomo, lista para lanzarse en brazos de sus mejores amigos y dejarse reconfortar a base de abrazos y bromas. Abrió deprisa. El estómago se le encogió.
—¿Ino?
La rubia estaba en el umbral de la puerta, con el rostro encendido y las manos detrás de la espalda. Parecía una niña sorprendida en medio de una travesura.
—Hola, Hinata… —por más que lo intentaba Hinata no encontraba nada que decir, demasiado sorprendida incluso para moverse— Eh… Seguramente no te hace mucha gracia verme después de lo de esta mañana. Me he portado como una estúpida. Verás, tengo resaca y la cabeza me hace… Bueno, eso da igual. Mira, esta mañana he hablado sin pensar. Ahora mismo no se me ocurre nada mejor que volver a la floristería y esperar a la hora de cerrar sabiendo que tendré alguien con quien tomar algo… algo que no tenga alcohol… y si ese alguien eres tú, bueno, sé que ahora mismo no me lo merezco, pero sería genial.
Hinata creyó que el pecho le estallaba de pura euforia. Siguió en el umbral, paralizada, mirando a Ino sin hablar. Todavía con el delantal puesto, Ino alargó uno de los brazos y puso un ramo de pequeñas flores blancas bajo el rostro de Hinata.
—Flores —dijo Ino con una pequeña sonrisa—. Ya ves qué original…
Hinata se abalanzó sobre ella en el umbral, aplastando las flores entre las dos. Le echó los brazos al cuello y la besó, con las mejillas encendidas. Ino tardó unos segundos en reaccionar, pero finalmente apoyó una mano suavemente en la cintura de Hinata y devolvió el beso. Cuando el beso se desvaneció, Ino sacó el ramo de flores de entre las dos y se abrazaron estrechamente. Susurró una hora después del cierre de la floristería y Hinata asintió, pero no rompieron el abrazo.
En la entrada del callejón donde estaba la residencia de los Hyuuga, un muchacho alto con el pelo desordenado se acercó a otro, mientras le rascaba la cabeza a un perro enorme:
—Creo que Hinata no va a querer venir a entrenar ahora mismo.
Shino se encogió de hombros. Kiba se echó a reír mientras deshacían el camino andado, felices porque no tendrían que recoger, como tantas veces antes, los pedazos del frágil corazón de su amiga.
_- FIN -_